Por: Julio Castillo Sagarzazu
Muchos recordaran la maravillosa película de Wolfgang Becker: Una mujer militante del Partido Comunista de la Alemania del Este, sufre un colapso cuando ve a su hijo participando en una manifestación contra el gobierno de Honecker. Esta mujer entra en coma y despierta ocho meses después, cuando ya ha caído el Muro de Berlín.
Temeroso de que le repita el ataque, el hijo, en complicidad con varios amigos, monta una parodia para hacerle creer que Alemania oriental aún era comunista.
Ese sentimiento peculiar de irreflexión fue una de las características del temperamento del militante comunista promedio. Una escena de “Chernóbil”, otra gran película, nos lo confirma: Un científico, junto con los bomberos, intenta convencer a una comunidad que deben evacuar el lugar. La líder del partido se opone diciendo que no había ningún peligro. Ante la pregunta del bombero y el científico de por qué, hacia esa afirmación, responde. “porque lo ha asegurado el partido”.
Cuando tal fenómeno se aposenta en las mentes, es demasiado difícil que se acepten verdades; que impere el sentido común y aún más difícil, salir del pozo profundo de que los fanatismos suelen cavar, para enterrar en él a sus seguidores.
Es posible que haya una franja de personas que se afilio a esta delirante conducta, por debilidad intelectual, pero muchos otros, (grandes sectores de la intelectualidad, en todo el mundo, abrazaron estas ideas) La verdad sea dicha, la batalla cultural gramsciana fue ganada por las fuerzas marxistas. Así fue que quienes soñamos con la libertad, la equidad, la erradicación de las injusticias, pensamos que el socialismo era el santo grial de redención humana. Una impresionante operación de marketing, nos hizo comprar aquella idea. El éxito de la venta no solo abarco a quienes descendían del tronco común del marxismo, sino también a quienes vimos a la luz en la política en las ideas de la democracia cristiana, como quien esto escribe. La Izquierda Cristiana, los Cristianos Revolucionarios, fueron una expresión de esa realidad, no tan lejana.
Pero llego el momento de la verdad. Los bolcheviques toman el poder y comienza una guerra civil en Rusia y, con ella, una hambruna pavorosa. Lenin es el primero en abrir los ojos y darse cuenta del desastre al que llevaban el país y lanza la llamada NUEVA POLITICA ECONOMICA (LA NEP) con la consigna: “Kulaks enriqueceos”. Se levantan tímidamente las regulaciones para convencer a los terratenientes de volver a sembrar porque no había trigo en los graneros, pero ocurre su muerte en 1924. Lo sucede Stalin y comienzan las grandes purgas para mantener el poder. En 2 años, ni uno solo de los “originarios” está en el buró político. Han sido presos, muertos o deportados. Llega II guerra mundial y con ella, la gran justificación de las atrocidades de Stalin. “Lucha contra el fascismo” dicen sus acólitos. “Está a la cabeza del gran Ejército Rojo”. Bodrios de esta naturaleza se expanden al punto que no solo el ejército rojo comienza a ser objeto de culto. Hasta un poeta de renombre como Aragón le canta odas ramplonas a la GPU; Neruda escribe poemas de amor y canciones desesperadas a Stalin a quien llama “el mas humano de los hombres”. Las masacres del “padre de todos los pueblos” se camuflan detrás del mito de la lucha por el socialismo. Muy pocos se conmueven ante esa espantosa realidad.
Viene el 56 y con él, el primer aplastamiento de un levantamiento popular en Hungría. No era Stalin el único sátrapa, ya este había partido a su cita con el diablo.
Luego el 68, Ian Palach se inmola en la Plaza San Wenceslao de Praga enfrentando los tanques del Pacto de Varsovia. Marcuse sacude el pensamiento marxista y declara que ya el proletariado no es una clase revolucionaria y vuelve su mirada hacia las minorías activas y oprimidas.
Roger Garaudy, en Francia, se harta de tanto embuste y proclama “Ya no es posible callar”, abjura del PCF y se acerca al cristianismo.
Mao, aporta a las macabras cifras del comunismo, sus más de 10 millones de muertos en su “Revolución Cultural”.
Por estos lares, Teodoro, siempre Teodoro, se hace acreedor a una mención de revisionista y contrarrevolucionario en el Congreso del Partido Comunista Soviético, por su libro “Checoeslovaquia, el socialismo como problema”.
En Cuba, Camilo Cienfuegos muere misteriosamente, Huber Matos, amanece de golpe contrarrevolucionario. Las libertades se estrechan y se entroniza la dictadura.
En cada uno de estos episodios se fueron quedando ensartados, como en un alambre púas, jirones de carne e ilusiones de miles de jóvenes en el mundo que militamos en esa causa.
Sin embargo, la ilusión, las querencias, los mitos y las supersticiones sobre el socialismo no son fáciles de superar. Muchos se fabrican sueños y esperanzas de que todo ha sido un error de los dirigentes; que el verdadero socialismo esta por llegar y cada vez que aparece un Chávez, un Boric y ahora un Petro, renacen las ilusiones de que ese verdadero socialismo finalmente vea la luz y, como lo dice La Internacional, el himno por antonomasia de la revolución mundial, “llegue el fin de la opresión”.
No importa cuantas realidades pasen frente a nuestros ojos. No importa que hayamos visto desmanes y fracasos, una fuerza interior remachada por siglos de supercherías e ideologías, hacen a muchos, mantener esa ilusión.
Es quizás eso lo que está aconteciendo hacia Petro. Muchas le hacen esa apuesta al “verdadero socialismo”, con la ilusión puesta en que “el dado en la noche linda, les devuelva los corotos” y los sueños y las esperanzas perdidas.
No obstante, pareciera que lo prudente, por el bien de Colombia, es que el presidente Petro desprenda de todos los prejuicios ideológicos; que gobierne con sentido común; que no caiga en la tentación de hacerse rico; que aleje las malas influencias y que respete la democracia y los derechos humanos. Eso sería suficiente.
Esperemos, hagamos votos porque la prudencia y la honradez presidan sus pasos. No lancemos ningún sobrero al aire prematuramente porque el que vive de ilusiones muere de desengaños (refranero popular dixit)