Julio Castillo Sagarzazu
Para quienes no están familiarizados con el estado Carabobo, Mariara es la capital del municipio Diego Ibarra, el más oriental de todos los que componen la geografía regional.
Para quienes tenemos decenas de años haciendo política, Mariara es uno de los mas complejos para activar. La razón es muy simple. Siendo una localidad carabobeña es, en realidad, un suburbio de Maracay. Un municipio que, cuando comenzó el proceso de descentralización votó por el MAS mayoritariamente, siguiendo la influencia de Aragua y no de Carabobo, donde el liderazgo de Carlos Tablante, su primer gobernador electo, dejo su sentir su efecto en la población. Jaime Oramas fue su primer alcalde y fue reelecto, postulado por el MAS y luego por PV. Su votación, fue decisiva, igualmente, para que Henrique Salas Romer, derrotara a Oscar Celli.
Con el vacío dejado por Jaime Oramas. El municipio se vuelca al chavismo y así ha sido desde entonces. Pero Mariara, no ha sido solamente un bastión rojo, sin que ha sido una población particularmente compleja desde todos los puntos de vista. Para las fuerzas democráticas, ha sido siempre una suerte de “territorio comanche”
Pues bien, hace algunas horas, María Corina Machado, realizó un acto público que, no pocos calificaban, si no, de suicida, al menos de temerario. Todo hacía presagiar que no seria bueno: La hora, 10 de la mañana de un miércoles laborable; la temperatura rondando los 36 grados a la sombra; el sitio de complicado acceso. Si el acto lo cotizábamos en una casa de apuestas, lo tendríamos 10 a 1, en favor del fracaso.
Pues bien, el acto rebasó todas las expectativas, la gente comenzó a congregarse en el sitio desafiando al sol inclemente. Cuando llego MCM en su habitual caravana de motos el espacio se llenó completamente.
Hasta aquí, todo es la reseña de un acto exitoso. Pero lo que ocurrió en Mariara y ha venido ocurriendo en toda Venezuela, son más que actos “exitosos”. Son, en realidad, la demostración de un hecho profundo que trasciende lo social y lo político. Se trata del renacimiento de un sentimiento que también va más allá de la esperanza, aunque la gente lo verbalice así, o lo nombre como confianza, como apoyo, como adhesión.
Las raíces de estas expresiones, que a diario recibe MCM en sus actos y recorridos, quizás hay que buscarla en esos impulsos que empujan a los seres humanos a realizar tareas que, a las que solos, no se atreverían, pero que siente que pueden realizar con un liderazgo que les inspire esa confianza.
Para explicarlo mejor, nos vamos a tener que servir de un argumento manido, un lugar común en los discursos, latiguillo, un tópico nada original, pero que es verdadero: para comprender eso hay que sentirlo.
Un dirigente nacional, un sesudo analista caraqueño, tiene que unir, a su narrativa, esa sensación que ha nacido y que se siente en todo el país, para que su análisis sea completo.
Los dirigentes regionales y municipales (no se diga , los activistas de base) saben bien a lo que nos referimos. Incluso, sienten que su vigencia en el liderazgo tiene mucho que ver con mantenerse aferrado a esa corriente espiritual y de lucha que sienten. Es la intuición, casi infalible, del artesano, del agricultor, del baqueano de los caminos recónditos.
En Venezuela, es imposible resolver los dilemas que se nos plantean a las fuerzas democráticas, ignorando este fenómeno; pasando de largo de este sentimiento; haciendo mutis por el foro de esta realidad.
Es cierto que Venezuela es un problema geopolítico y que el fin de nuestra pesadilla debe venir acompañado de esa realidad. Pero si el Departamento de Estado, La Casa de Nariño, Bruselas, Planalto y el Kremlin, no están al tanto de las realidades que ocurren el sentimiento nacional, toda “solución tendrá las patas cortas”.
De manera que no salirse de la ruta electoral; luchar (¡sí, luchar!) por unas elecciones libres y justas y no ponerse de espalda a este sentimiento de Mariara y de Venezuela, es nuestra principal obligación.