Por Luis Alonso Hernández
Vivimos tiempos bastante complejos en donde la cultura del like marca pauta. La gente busca a toda consta la aprobación pública de sus acciones y, para eso, recurre muchas veces a lo vulgar, soez y chabacano. También al peligro desmedido, provocando en algunos casos hasta la propia muerte. Lo triste del asunto es que esta gente logra posicionarse con miles de seguidores en las redes sociales, evidenciándose lo descompuesta y visceral que está nuestra sociedad.
En este contexto, los dispositivos móviles sustituyeron la socialización familiar, situación que aceleradamente se está convirtiendo en un arma poderosísima contra la humanidad, ya golpeada por la crisis de valores, el reggaetón y la desmemoria. La cultura del like hace estragos y se deben tomar cartas en el asunto. La educación formal e informal están llamadas a trabajar en pro de una ciudadanía responsable, crítica, reflexiva, que ame su vida y sea capaz de rechazar contenidos que embrutecen.
La carcajada efímera que provocan personajes “chistosos”, suma puntos a la superficialidad, a la frivolidad y falta de cultura. Tristemente mucha gente escoge este camino, goza y aplaude a tipos como Marko Music, misógino y grotesco por excelencia, pero si le consultas cuál fue el último libro que leyó no sabrá responderle, pues no lee y su visión de mundo es tan corta como el tamaño del meñique. A la cultura del like no le interesa la gente culta, rechaza al ciudadano que piensa y fabrica deidades de la noche a la mañana. La civilización del espectáculo, citando a Mario Vargas Llosa, está a la orden del día.
¿Cómo revocar esta situación? El panorama realmente es entristecedor. En países como Venezuela, con un sistema educativo devastado por el régimen de Nicolás Maduro, los maestros han perdido hasta la esperanza. Los que se mantienen firmes, hacen esfuerzos sobrehumanos en formar niños y jóvenes que tomen las mejores decisiones y sepan como actuar en determinados contextos. Pero se sienten solos. Si al llegar a casa no se refuerzan valores como la honestidad, la empatía, el esfuerzo, el amor propio, la paz, responsabilidad, perseverancia, entre otros, no se está haciendo nada.
Los padres y representantes están llamados a establecer normas claras. La atención que deben dar a sus hijos en ningún caso puede sustituirse con tablets y teléfonos. Los programas de televisión y videojuegos tienen que cronometrarse y jamás permitir que estos espacios de ocio se conviertan en tierra de nadie. Recordemos que la educación supera la tarea de aprender a leer y escribir. La razón se madura con debates, lectura, interpretaciones contextualizadas, civismo, respeto a la diferencia y pensar muy bien los contenidos que vamos a consumir.
Con jóvenes pensantes le restaremos terreno a los retos de TikTok, a esos influencers que arriesgan su vida lanzándose de rascacielos y puentes. También a esa larga lista de payasos que con sus contenidos le están haciendo un mal terrible al planeta, tan grande como el calentamiento global y la guerra propiciada por Rusia. En conclusión, la estupidez se vence con formación. Como dijo en alguna oportunidad el emperador Marco Aurelio: “Los hombres han nacido los unos para los otros, por tanto, edúcalos o padécelos”.