Por Luis Alonso Hernández
Cuando usted emite juicios sobre alguna persona, institución o hecho social y lo hace sin fundamento y mala intención, se convierte en irresponsable y chismoso. Si esa opinión la realiza a través de medios de comunicación tradicionales o plataformas digitales, bien le vale una demanda por calumniar públicamente y afectar el honor de otros. Traigo a colación esta reflexión, porque últimamente observo a gente que dice hacer periodismo de opinión, pero lo que realmente practican en la charlatanería barata.
Esta penosa acción pudiéramos perdonarla a los que opinan y hablan pendejadas, por ejemplo, en los grupos de WhatsApp de las juntas de condominio. Estos espacios a veces resultan una verdadera tortura. Sin embargo, esos vecinos no siempre manejan herramientas que les permitan argumentar sus pareceres sobre la cotidianidad. Ahora bien, quienes disponen de espacios en medios reconocidos y se aprovechen de ellos para malponer y enlodar la reputación de terceros, dejan mucho que desear.
Los lectores, de a poco van percibiendo estas anomalías mediáticas y seguramente dejarán de consumir estos contenidos. En esos casos particulares, los directores de medios deberían expulsar de sus espacios a quien, aprovechándose del derecho a opinar, hacen daño con la pluma a terceros, a la propia empresa y a ellos mismos, pues dedicarse maquiavélicamente a manchar a otros con mala fe, revela las carencias espirituales y emocionales por parte de quien escribe o habla en espacios radioeléctricos.
Opinar requiere preparación. Soy profesor de la cátedra de Periodismo de Opinión en la Universidad Arturo Michelena y siempre socializamos estos asuntos en clase. Opinar permite plasmar nuestra visión del mundo, nuestra filosofía de vida y digamos que, al hacerlo, terminamos cumpliendo con la misión orientadora del periodismo. No obstante, es una tarea que requiere dominio de ciertos temas y la agilidad para ir estructurando un discurso basado en premisas que no ofrecen certeza, pero que resultan aceptables y razonables, a pesar de lo polémica que pudiera resultar nuestra posición.
Ejercer el derecho a la opinión es intrínseco al ser humano. Todos disponemos de ese derecho, pero la responsabilidad se acrecienta cuando lo hacemos a través de los medios de comunicación. Se supone, que, si lo hace usando estas plataformas, se ha ganado ese espacio y domina la metodología propia del género. Por otra parte, si frecuenta opinar en sus redes personales, hágalo con sensatez. Usted puede reconocer, denunciar, alertar o hacer un exhorto, pero conociendo que lo que dice tendrá repercusiones y debe asumir esa responsabilidad, plasmada, por cierto, en la Constitución venezolana.
El mejor censor para los opinadores de oficio, sin fundamentos de ningún tipo, serán siempre las propias audiencias. Estas formas discursivas son un territorio libre, pero no resultan tierra de nadie. Hay limitantes editoriales y las del propio sentido común, que deben prevalecer a la hora de publicar contenidos de este tipo. Apelamos a la formación ética y a esas enseñanzas del propio hogar, que terminan definiendo lo que somos y diferenciándonos del resto. En este sentido, estoy muy complacido del trabajo que vienen realizando mis estudiantes, al asumir la opinión como un ejercicio de libertad, responsabilidad, buen juicio y prudencia. De esta forma, se garantiza la pluralidad de ideas y de alguna manera, nuestro propio sistema democrático. A ustedes, Larizza, Gilberto, Adriana, Adrixón, Isaac y Rafael dedico este artículo de hoy, confiando en que estamos cerrando un ciclo académico del que han salido fortalecidos y preparados para opinar con madurez.
“Yo estoy en desacuerdo con todo lo que usted dice, pero lucharé hasta la muerte por su derecho a decir lo que piensa”. Voltaire.