EFE
La inestabilidad política y la adversa coyuntura económica -agravada por las consecuencias de la pandemia, la inflación y los efectos de la guerra en Ucrania- están extendiendo los espacios de ingobernabilidad en algunos países de la región, con especial incidencia en Brasil, Perú, Bolivia y Centroamérica, donde la crisis migratoria se recrudece día a día.
El pasado 5 de enero, fue detenido por las autoridades mexicanas Ovidio Guzmán, hijo del narcotraficante Joaquín “El Chapo” Guzmán, encarcelado en Estados Unidos. La operación dejó 29 personas muertas. La ciudad de Culiacán, en el estado de Sinaloa, mostró escenas de guerra: calles bloqueadas, tiroteos, ataques a aviones comerciales y clases suspendidas.
El arresto, realizado poco antes de la Cumbre de Líderes de América del Norte que reunió a los presidentes Andrés Manuel López Obrador y Joe Biden y al primer ministro canadiense, Justin Trudeau, fue el segundo intento de capturar a “El Chapito”. El primero, en octubre de 2019, se saldó con su puesta en libertad por orden del propio López Obrador en medio de una asonada de la organización criminal.
En El Salvador, el presidente Nayib Bukele lleva diez meses prorrogando el estado de excepción decretado para combatir a las pandillas. La medida, adoptada tras una jornada en la que murieron 62 personas, restringe el ejercicio de libertades fundamentales y ha sido criticada por organizaciones defensoras de los derechos humanos.
El pasado 8 de enero en Brasilia una enfurecida masa de seguidores del expresidente brasileño Jair Bolsonaro asaltó las sedes de los tres poderes del Estado. Fue el atentado contra la democracia más grave desde el fin de la dictadura, en 1985.
En Perú, Dina Boluarte lleva un mes y medio como presidenta en una situación tan inestable que pocos observadores creen que pueda aguantar hasta que se celebren elecciones generales anticipadas. Boluarte accedió al poder el 7 de diciembre, después de que el entonces presidente Pedro Castillo intentara disolver el Parlamento.
La desafiante apuesta de Castillo se saldó con su destitución por el Congreso y posterior encarcelamiento por orden de la fiscalía. Sus partidarios salieron a las calles para reclamar elecciones inmediatas. En las manifestaciones han muerto ya 62 personas.
El panorama regional, visto por analistas
Todas estas situaciones hacen que algunos analistas se pregunten si América Latina está atravesando una etapa de inestabilidad política e institucional como no sucedía desde hace décadas.
En realidad, no. América Latina siempre ha reflejado una gran inestabilidad política e institucional, solo que no como en estos últimos tiempos, señaló a EFE Juan Battaleme, director académico del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI). “Hoy existe inestabilidad política en Perú, Bolivia, Argentina, Brasil, Colombia, Venezuela, América Central, y eso hace que parezca que hay un elevado grado de inestabilidad”.
Estos vaivenes, opina el también integrante del International Institute for Strategic Studies (IISS), provienen de un mayor grado de polarización social y la poca posibilidad de mejora en plazos razonables.
Esta crisis se profundiza por la pérdida de credibilidad del sistema democrático, considera José Miguel Vivanco, senior fellow para Derechos Humanos del instituto de investigación estadounidense Council on Foreign Relations.
La mayoría de los sistemas democráticos de la región ofrecen la posibilidad de premiar o castigar a los gobernantes en ejercicio cuando hay una convocatoria electoral, recuerda Vivanco.
“Esto demuestra que los ciudadanos están ejerciendo un control por la vía de las urnas, pero al mismo tiempo evidencia una gran frustración”, asegura a EFE quien fue durante muchos años director de Human Rights Watch para las Américas.
La adversa coyuntura económica y sus consecuencias sobre la población son, a juicio de estos analistas, el principal factor de la agitación política y social.
Los problemas de inseguridad alimentaria, la polarización y la pérdida de competitividad explican “por qué tenemos retroceso democrático”, señala el profesor Battaleme.
“El caudillismo nunca termina de irse de América Latina y eso hace que aparezcan líderes que ofrecen soluciones fáciles que tratan de canalizar el malestar social”, sostiene el director académico del CARI.
Las penurias económicas son un factor importante, coincide José Miguel Vivanco, porque “cuando una economía deja de crecer, generar empleos y mejores oportunidades, crece la inseguridad”. Pero ése no es el único motivo. “Si el diseño institucional es precario y no permite el surgimiento de partidos políticos fuertes, como en el caso de Perú, se genera una mayor inestabilidad política”, añade.
El aislamiento internacional de Perú, el asalto a la democracia en Brasil y el reciente rifirrafe diplomático entre Guatemala y Colombia son también circunstancias que alejan las posibilidades de integración regional.
La Cumbre de la Celac
Y en este contexto, la Comunidad de Estados Caribeños y Latinoamericanos (Celac), cuya VII cumbre se celebra este martes en Buenos Aires, además de un foro de coordinación es también “un ámbito para que China ejecute parte de las acciones políticas que tiene en relación con la región”.
“La integración es la resultante de intereses económicos y políticos comunes, y eso en América Latina no sucede”, afirma Battaleme, para quien “la última gran oferta de integración flexible” fue el ALCA (Área de Libre Comercio para las Américas, impulsada por EE.UU.).
La adopción en 2001 de la Carta Democrática Interamericana fue un “intento genuino” de avanzar en esa integración, pero la realidad dos décadas después es que “la región no puede estar más fragmentada”, lamenta Vivanco.
“El proyecto que sí ha ido tomando fuerza es el del populismo, un populismo habitualmente autoritario”, apunta Vivanco.
“Hoy día cada cual se las arregla por su propia cuenta y esa añorada unidad regional es parte de la retórica de los discursos, pero en los hechos no tiene una conexión con la realidad”, concluye Vivanco.
Foto: Tomada de El Pitazo