Julio Castillo Sagarzazu
Este era un buen título para una nota antes del 22 de octubre de 2023, pero mira lo que son las cosas, lo estamos poniendo en una de enero del 2024. La razón de ello es que, como reza la frase atribuida a Adre Gide, “todas las cosas ya fueron dichas, pero como nadie escucha, es preciso comenzar de nuevo”.
Veamos, el mundo opositor venezolano planteó, el año pasado, un debate sobre este tema. El de la escogencia de un candidato para enfrentar al gobierno y la legitimación de un liderazgo ante los ojos del país.
El asunto no se resolvió en un simposio internacional de analistas y dirigentes políticos, ni con la publicación de densos “papers” sobre el tema. ¡No! La cosa se decidió cuando mas de dos millones y medio de venezolanos, en medio de las condiciones mas adversas, pasando por encima de las amenazas, los intentos de saboteo orquestados, la lluvia inclemente y la precariedad de medios, fue a un proceso libérrimo y escogió a María Corina Machado con mas del 92 % de los votos.
¿Qué parte de todo esto no se ha entendido?
La pregunta puede sonar chocante, pero es pertinente. Porque ese día obviamente no ocurrió “el fin de la historia” ni se acabó la política en Venezuela, pero resolvimos un problema demasiado importante para la oposición.
¿Ese hecho relevante nos inhibe de seguir haciendo prospectivas y de la obligación de corregir el rumbo tantas veces como sea necesario, sobre todo en un país tan peculiar y con unas condiciones tan adversas par a la democracia como Venezuela? Por supuesto que no, pero una cosa es esa y otra pasar a hurtadillas al lado de las primarias como si estas no se hubieran realizado.
Las primarias no fueron un evento. No fueron unas jornadas democráticas simpáticas y plausibles. ¡No! ¡Para nada! Las primarias fueron un acontecimiento político mayor. Una demostración palpable de que las reservas políticas y morales del pueblo venezolano no están agotadas y una demostración contundente de que la vía electoral, la rebelión de los votos y la revolución cívica, es posible en Venezuela.
Pero las primarias fueron también un acto que genero un mandato. Un mandato claro para la candidata electa y para todos aquellos que participamos en el proceso.
Ese mandato, como todos, supone un respeto a las instrucciones del mandante que son insoslayables y a las que no se puede gambetear como hacen los delanteros brasileños cuando se empeñan en el “Jogo bonito”.
Ese mandato implica el nucleación y el fortalecimiento de una Gran Alianza Nacional alrededor de la candidata electa y el compromiso ineludible de hacer crecer sus capacidades y su fuerza para enfrentar los poderosos adversarios que tiene enfrente. Ese crecimiento supone, no sólo la fuerza electoral, el aparato de protección de los votos, si no también su capacidad de negociación para que las elecciones se realicen conforme a los estándares democráticos universales.
Por esta razón es incomprensible que, a estas alturas del partido, el interés de ciertos opinadores es que MCM, desconozca ese mandato, abandone la carrera y proceda rápido a buscar un sustituto porque esta “inhabilitada”.
¿Pero de que escuela de pensamiento, de cual academia de politología, sale semejante despropósito? ¿Desde cuando la política es para adaptarse a lo que tu adversario quiere y no para luchar por lo que se considera justo?
La obligación moral y política de las fuerzas democráticas es, hoy por hoy, nuclearse alrededor de una candidatura legitimada por un mecanismo democrático que fue el de las primarias; contribuir al esfuerzo de forjar una Gran Alianza Nacional; empinarse por encima de las diferencias políticas y las que se hayan podido tener en el pasado y enfilar con todas las fuerzas al cambio político, democrático, cívico y electoral.
De ese sendero no deben sacarnos.
Ya tendremos tiempo luego para dirimir diferencias y atar cabos que se queden sueltos en el camino, para eso, si valdrán la pena los conclaves y los simposios.