Por Francisco Contreras
Estamos frente a una “elección moral” pues la cultura de la “emisión irresponsable de dinero” está tan arraigada en nuestro país que en la práctica resulta imposible para quienes ejercen el poder de emisión renunciar a hacerlo. Esta realidad histórica permite la previsión adecuada y prudente de que nunca habrá continencia por parte del funcionario desde el momento que disfruta del poder de emisión. Los daños de los procesos inflacionarios afectan esencialmente a los más vulnerables de la sociedad, aparte de que en Venezuela forman parte de los orígenes de la demolición socioeconómica del país.
Es una elección moral fundada en la buena intención y la buena acción para aliviar el sufrimiento de los pobres y liberar las capacidades de quienes producen y emprenden. Los efectos presumibles de la supresión del señoreaje y de la soberanía que supone una “dolarización” tienen impactos tolerados que guardan proporción con lo que se intenta. Hasta ahora, el señoreaje y la soberanía que permite la emisión de dinero solo han tenido efectos perversos.
Conceptualmente lo que hemos llamado, con mucha precisión, “irresponsable” es la pretensión de hacer uso del dinero con propósitos bien distintos a los de asegurar la estabilidad monetaria y la autonomía del ente emisor. Ni Keynes ni Hayek, y tampoco Friedman, plantearon el uso del dinero más allá del resguardo de la estabilidad del sistema de precios. Hubo diferencias en materia fiscal que, en el caso de Keynes, se planteó de manera muy clara, con el uso excepcional del déficit fiscal solo bajo existencia de desempleo involuntario con fuerza laboral calificada del tipo que requieren las empresas en operación, excedentes de existencias de materias primas, partes y piezas y plantas industriales en condiciones de subutilización. Esas son las condiciones actuales en
EEUU y la UE que se refuerzan con el imperativo geopolítico del conflicto en Ucrania (impacto sobre el 30% de la producción de maíz y trigo, y 60% en la de girasol).
Lo que sí es un craso error es atribuir los ajustes de precios, en un mundo en transición, al manejo del dinero cuando obedecen a la bifurcación civilizatoria geopolítica, a la disrupción tecnológica y a los daños a la biodiversidad (entre ellos la misma pandemia). La deslocalización industrial en el mundo con el advenimiento de la impresión 3G y la tecnología 5G nos indica la existencia de una destrucción creativa, equivalente a la “Schumpeteriana”, que se agrega a todos los eventos anteriores.
Todo lo que la ciencia y la experiencia en materia monetaria ha sido reconocido en el mundo, se tergiversa en Venezuela, porque el sostenimiento de la emisión irresponsable ha destruido al país y ha afectado esencialmente a los más vulnerables. Desde 1973 hasta el presente hemos acumulado estudios y evidencias sobre la emisión irresponsable de dinero, la inflación y el tipo de cambio con series de tiempo mensuales sometidas al rigor de pruebas “estocásticas” que validan lo antes dicho.
La emisión de dinero en EEUU y en la UE, desde la época de Charles De Gualle, dejó de ser institucionalmente irresponsable. En esos lugares la creación de dinero no es controlada por sus gobiernos sino por el ente emisor con autonomía y reglas de actuación bien claras.
Esa cultura rentista de meter la mano en el bolsillo de la gente para extraer su poca capacidad de adquisición con emisión de dinero es inmoral y quienes han pasado por diferentes unidades de investigación lo saben. En esta nación hay emprendedores, gente y organizaciones que, sin relaciones privilegiadas con ninguna forma perversa de poder ni con malas prácticas morales, se han fortalecido desde la adversidad a pesar de una asfixia regulatoria intensa y extensa de una mala gobernanza.
Pero, nada impide que esa “dolarización” imperfecta e inevitable, abra espacios precarios desde la economía para un funcionamiento menos cruel que el existente en el país y los abra también para el
restablecimiento de la democracia, la esperanza y la confianza en el futuro.
El dilema del gobierno es cuántas concesiones puede hacer ante sus apoyos de sustentabilidad, por una parte, los que provienen de la economía informal destructiva y de la explotación agresiva de los recursos naturales, y, por la otra, los que emanan de una alineación circunstancial de intereses con organizaciones situadas más allá de los límites de la legitimidad. Es la disyuntiva de su propia existencia con poder efectivo sobre el territorio ante organizaciones cuya naturaleza no admite acuerdos ni compromisos en su afán de extracción de rentas.
La propuesta es para una transición hacia un mecanismo que, permita a través del dólar, restituir el derecho económico de los venezolanos a poseer una unidad monetaria que les permita expresar el valor de las cosas, poder comparar transparentemente los precios de los bienes y servicios para realizar sus transacciones y si desea reservar parte de su riqueza en forma de dinero a la espera de una mejor oportunidad sin riesgo de pérdida anticipada de valor por inflación.
@fjcontre35