Por Julio Castillo Sagarzazu
Un fantasma recorre Venezuela, el fantasma del neo marxismo, pero no el de Karl, el viejo topo barbudo y amargado de Tréveris, sino el del bonachón y simpático de Manhattan, el recordado Groucho Marx.
En efecto, en estos últimos días, muchos opinadores dicen que lo que hay que hacer es encender la linterna de Diógenes (que buscaba incesantemente el hombre justo) y conseguir a uno que “sea aceptado por el régimen, que gane y que cobre”.
Ciertamente, quien sienta que no puede ganar unas primarias o que su candidato no puede hacerlo, está en todo el derecho de escoger la metodología que se alinee con sus intereses. Al final, a nadie pues obligársele a pelear enchiquerado.
Lo que si debe merecer una reflexión es la posición, según la cual, el mejor candidato de la oposición, seria aquel a quien el gobierno diera su aquiescencia. Así, iríamos, como en un casting, presentando los nombres, hasta que haya uno que merezca el papel, o como lo diría mejor Groucho Marx, “si no le gustan mis principios (o mis candidatos), no se preocupe, tengo otros”
En apoyo a esta propuesta, muchos suelen invocar antecedentes como los de Patricio Aylwin, asumiendo (lo cual no fue verdad) que éste fue un candidato “negociado” con anterioridad con la dictadura.
Pues bien, debatamos sobre el tema. De una vez, presento mis excusas al lector si esta nota, por esas razones, resulta un poco larga. Pido su indulgencia a ver si tratan de llegar al final.
En el caso de Aylwin, nuestros argumentadores del consenso convenido, plantean que éste era la persona a quien Pinochet, si le entregaría el poder. Al final lo entregó efectivamente, pero ese hecho no se puede explicar como una argucia de Lagos y un pacto previo con la dictadura para ver si Aylwin, le era potable. Lo razonable es averiguar cuáles fueron los polvos que a llevaron aquellos lodos.
Lo primero que hay que aclarar es que Pinochet nunca se presentó a unas elecciones contra Aylwin. Meses antes, hubo en plebiscito en el que se pregunto a los chilenos si debía ratificarse, o no, al gobierno, dado que el mandato de 8 años, establecido en la Constitución pinochetista, llegaba a su fin.
Las bases de convocatoria de esa consulta eran suigéneris. Si ganaba el SI, automáticamente quedaría reelecto Pinochet (porque se establecía que los altos funcionarios del Estado lo designarían presidente) y si ganaba el NO, habría nuevas elecciones.
El cuento “largo corto” es que cuando se conocieron los resultados Pinochet convocó un consejo de ministros y les pidió a todos su renuncia, advertido, como estaba, de que no había apoyo para desconocer los resultados. Salió de Santiago y cuando comenzaba a urdir el golpe, el comandante general de la aviación, mientras descendía de su vehículo, fue abordado por los periodistas y dijo claramente que había que respetar la voluntad popular y que los resultados del plebiscito eran claros.
Fin de la película
Pinochet no tuvo mas remedio que aceptar la realidad y fue evidente que, desde ese mismo momento, bajó los brazos. No hubo una sola insinuación de no querer abandonar La Moneda después del varapalo. Incluso, en las elecciones del año siguiente, varias de las organizaciones que le apoyaban, postularon a un joven tecnócrata, Hernán Buchi, a quien dejó, como dicen sus propios partidarios, mas solo que la una en medio de la campaña.
De manera que no fue cierto que hubo un concierto entre la oposición y el gobierno para escoger un candidato potable y único. Al punto, que el partido socialista chileno, se presentó con dos franquicias en aquellos comicios. Una, del Partido de Lagos, al ganador, Patricio Aylwin y, otra, a Errazuriz, del Partido Socialista Chileno que sacó, la nada despreciable cifra del 16%, en una elección que podía ser muy reñida.
Otra cosa y otro debate es que fue lo que hizo Aylwin para facilitar la retirada del dictador. Esa es harina de otro costal.
Lo interesante, en este momento es saber cuáles fueron las cosas que ayudaron a crear las condiciones para impulsar una transición allá y que pueden hacerlo aquí. Sobre ello, no cabe duda de que la legitimación que nació del plebiscito y la que pueda salir aquí de las primarias, son claves para avanzar en ese proceso.
De manera que llevar agua al molino de las anti primarias, es (ya lo dijimos) una estrategia comprensible para quienes no pueden ganarlas, pero no hay que estirar los argumentos al punto de decir que no tienen ningún valor y que no son necesarias y que hay que partir una lanza por el fulano “consenso convenido”
Es obvio que todos estos argumentos de un sector de las elites políticas venezolanas, se han exacerbado ante la incontrovertible realidad de que María Corina Machado, ganaría estas primarias. En otras circunstancias, es muy probable que sus adversarios estarían argumentado otra cosa.
Finalicemos, no obstante, con dos preguntas que pudiera parecer ingenuas, pero que encierran lo medular del asunto.:
¿No es más inteligente esperar que las primarias se realicen?
¿Es que acaso, una oposición legitimada popularmente, no tendrá infinitamente más probabilidades de crear capacidades y condiciones para tener unas elecciones libres, unas que abran la puerta franca a una verdadera transición?
“¡Caramba “un poquito de por favor””