Por Julio Castillo Sagarzazu
Hace algunas semanas, la amiga Mibelis Acevedo, obsequió a sus lectores con un artículo en el que señalaba a la confrontación como un hecho consustancia a la política. Pues no le falta razón. En eso, la política y la guerra (desgraciadamente) se parecen mucho. Tanto, que el barón Von Clausewitz nos dejó su famosa e incontrovertible expresión: “la guerra es la continuación de la política por otros medios”.
Ahora bien, ¿Eso quiere decir que debemos hacer de la política un campo de batalla donde la intolerancia, el sectarismo, la agresión y la jaladera de mechas, sea una constante? ¡Pero, por supuesto que no!
Lo que ocurre es que, en la política, las cosas tienen su momento, tal como lo dice el Eclesiastés: “Todas las cosas bajo el sol tienen su tiempo y su momento. Hay un tiempo para nacer y un tiempo para morir; un tiempo para plantar y uno para cosechar lo plantado; hay un tiempo para matar y un tiempo para curar; un tiempo para destruir y un tempo para construir”.
En la política ocurre otro tanto: Hay momentos en que se debe subir el tono y otros en que hay que bajarlo; hay momentos en los que se debe radicalizar una posición y otros, en que se debe moderarla. Todo depende de la realidad circundante.
La historia del mundo está hecha llena de ejemplos en los que los lideres han tenido que empeñarse en rupturas para y, luego de ellas, convocar voluntades para avanzar.
Pongamos uno cercano: El Decreto de Guarra a Muerte, promulgado por El Libertador en junio de 1.813. Nuestros libros de historia escolar lo justifican como una reacción a los abusos de Monteverde, durante la caída de la Primera República. Sin embargo, la verdadera justificación de este decreto fue política. Ocurría que los españoles, con Boves a la cabeza, estaban ganando una guerra civil a los venezolanos en nuestra propia tierra. Boves se erige en un caudillo social y populista que aprovecha el sentimiento de explotación de los peones llaneros y logra convertirlos en ejército de “patas en el suelo” contra los “señoritos caraqueños” dueños de los fundos y los hatos.
El terrible decreto de Bolívar (que hoy lo haría reo de la CPI) buscaba provocar una ruptura de esta situación para convertir una guerra civil que iban perdiendo, en una guerra de independencia nacional que podían ganar, insertándola igualmente en el ajedrez geopolítico del mundo y trazando una línea de sangre entre los españoles y canarios y los venezolanos (AUN CUANDO HUBIERAN COLABORADO CON LOS REALISTAS) (mayúsculas ex profeso).Esta muestra de “extremismo” bolivariano tuvo una justificación en el contexto de la época y, como hemos dicho, tuvo consecuencias políticas decisivas para la causa patriota.
También la polarización juega un papel decisivo en la política. En nuestro caso, y en la época actual, la polarización tiene dos dimensiones importantes. La primera es que ésta ha sido siempre la zona de confort del chavismo y por eso, aun la mantienen en su discurso: Ricos contra pobres. patriotas contra pitiyankis; escuálidos contra revolucionarios. Mientras fueron mayoría, esta polarización actuaba como un mecanismo de preservación de esa mayoría. Incluso ahora, cuando no lo son, les sigue dando réditos para galvanizar a su núcleo duro y cimentar su lecho de rocas. A esta polarización, contribuyó buena parte de la oposición con errores tontos, como llamar a los chavistas “tierruos” y, posteriormente, con consignas como la de “Maduro vete ya” cuando no se tenía la fuerza para cristalizarla.
Pero es que, como dijimos antes, la polarización tiene otra dimensión. Esa otra dimensión cobra particular importancia, ahora que el chavismo no es mayoría en la calle. Esa otra dimensión, es que hay una polarización que, si conviene, por la misma razón que antes les convino a ellos. ¿Cuál es esa razón? Pues que son minoría y una opción de cambio tiene que presentarse como algo radicalmente opuesto a lo que los venezolanos consideran que es la razón de la pesadilla que vivimos. Una opción de cambio debe postular radicalmente la transparencia contra la corrupción; debe tener una propuesta exactamente antagónica al desastre económico de hoy, propugnando la libre iniciativa, incentivando la inversión y denunciando el estatismo intrusivo y perjudicial, para señalar solo dos ejemplos. En este sentido, hablar de “ellos y nosotros”, siendo ellos el continuismo y nosotros el cambio es absolutamente permisible.
Esta diferencia debe ser neta y tajante y no tiene que ver con la necesidad de ser tolerante frente a quien no piense igual y sobre la necesidad de búsqueda de alianzas políticas tácticas y estratégicas. Eso es harina de otro costal.
Lo que sí parece equivocado es que, invocando lo políticamente correcto, caigamos en el “buenismo” (disculpen el barbarismo) de decir que “entre todos” vamos a construir una nueva Venezuela. ¿Entre todos, víctimas y victimarios? ¿Entre todos, quienes han destruido el país y quienes queremos que pare la destrucción?
Es verdad que todos hemos cometido errores, pero cada quien tendrá que asumirlos y responsabilizarse por ellos. Cada mástil tendrá que sostener su vela.
Avanzar en una ruptura, no quiere decir destruir al adversario, ni pagar con la misma moneda y, mucho menos, hacernos militantes de la causa de la desintegración institucional para que “de las cenizas”, salga un nuevo país ¡Nada de eso!
Habrá que construir nuevas alianzas, habrá que garantizar el derecho de todos a pensar como a bien tenga y, sobre todo, habrá que evitar la venganza y propiciar la justicia. Pero al pan, habrá que decirle pan y al vino, habrá que decirle vino.